Discurso del método.
Parte IV, párrafos 3...-7
Después de lo cual, hube
de reflexionar que, puesto que yo dudaba, no era mi ser
enteramente perfecto, pues veía claramente que hay más
perfección en conocer que en dudar; y se me ocurrió entonces
indagar por dónde había yo aprendido a pensar en algo más perfecto
que yo; y conocí evidentemente que debía de ser por alguna
naturaleza que fuese efectivamente más perfecta. En lo que se
refiere a los pensamientos, que en mí estaban, de varias cosas
exteriores a mí, como son el cielo, la tierra, la luz, el calor
y otros muchos, no me preocupaba mucho el saber de dónde procedían,
porque, no viendo en esos pensamientos nada que me pareciese hacerlos
superiores a mí, podía creer que, si eran verdaderos, eran unas
dependencias de mi naturaleza, en cuanto que ésta posee alguna
perfección, y si no lo eran, procedían de la nada, es decir,
estaban en mí, porque hay defecto en mí. Pero no podía suceder
otro tanto con la idea de un ser más perfecto que mi ser, pues era
cosa manifiestamente imposible que la tal idea procediese de la nada
y como no hay la menor
repugnancia en pensar que lo más perfecto sea consecuencia y
dependencia de lo menos perfecto que en pensar que de nada provenga
algo, no podía tampoco proceder de mí mismo; de suerte que sólo
quedaba que hubiese sido puesta en mí por una naturaleza
verdaderamente más perfecta que yo,
y poseedora inclusive de todas las perfecciones de que yo pudiera
tener idea; esto es, para explicarlo en una palabra, por Dios. A esto
añadí que, supuesto que yo conocía algunas perfecciones que me
faltaban, no era yo el único ser que existiese (aquí, si lo
permitís, haré uso libremente de los términos de la escuela), sino
que era absolutamente necesario que hubiese algún otro ser
más perfecto de quien yo dependiese y de quien hubiese adquirido
todo cuanto yo poseía; pues si
yo fuera solo e independiente de cualquier otro ser, de tal suerte
que de mí mismo procediese lo poco en que participaba del Ser
perfecto, hubiera podido tener por mí mismo también, por idéntica
razón, todo lo demás que yo sabía faltarme, y ser, por lo tanto,
yo infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente y,
en fin, poseer todas las perfecciones
que podía advertir en Dios. Pues en virtud de los razonamientos que
acabo de hacer, para conocer la naturaleza de Dios, hasta donde la
mía es capaz de conocerla, bastábame considerar todas las cosas de
que hallara en mí mismo alguna idea y ver si era o no perfección el
poseerlas, y estaba seguro de que ninguna de las que indicaban alguna
imperfección está en Dios, pero todas las demás sí están en Él;
así veía que la duda, la inconstancia, la tristeza y otras cosas
semejantes no pueden estar en Dios, puesto que mucho me holgara yo de
verme libre de ellas. Además, tenía yo ideas de varias cosas
sensibles y corporales, pues aun suponiendo que soñaba y que todo
cuanto veía e imaginaba era falso, no podía negar, sin embargo, que
esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Mas habiendo
ya conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es
distinta de la corporal, y considerando que toda composición denota
dependencia, y que la dependencia es manifiestamente un defecto,
juzgaba por ello que no podía ser una perfección en Dios el
componerse de esas dos naturalezas, y que, por consiguiente, Dios
no era compuesto; en cambio, si
en el mundo había cuerpos, o bien algunas inteligencias u otras
naturalezas que no fuesen del todo perfectas, su ser debía depender
del poder divino, hasta el punto de no poder subsistir sin él un
solo instante.
Quise
indagar luego otras verdades; y habiéndome propuesto el objeto de
los geómetras, que concebía yo como un cuerpo continuo o un espacio
infinitamenre extenso en longitud, anchura y altura o profundidad,
divisible en varias partes que pueden tener varias figuras y
magnitudes y ser movidas o trasladadas en todos los sentidos, pues
los geómetras suponen todo eso en su objeto, repasé algunas de sus
más simples demostraciones, y habiendo advertido que esa gran
certeza que todo el mundo atribuye a estas demostraciones se funda
tan sólo en que se conciben con evidencia, según la regla antes
dicha, advertí también que no había nada en ellas que me asegurase
de la existencia de su objeto, pues, por ejemplo, yo veía bien que,
si suponemos un triángulo, es necesario que los tres ángulos sean
iguales a dos rectos; pero nada veía que me asegurase que en el
mundo hay triángulo alguno; en cambio, si volvía a examinar la idea
que yo tenía de un ser perfecto, encontraba que la existencia está
comprendida en ella del mismo modo que en la idea de un triángulo
está comprendido el que sus ángulos sean iguales a dos rectos, o en
la de una esfera el que todas sus partes sean igualmente distantes
del centro, y hasta con más evidencia aún; y que, por consiguiente,
tan cierto es por lo menos que Dios, que es ese ser perfecto, es o
existe, como lo pueda ser una demostración de geometría.
Pero
si hay algunos que están persuadidos de que es difícil conocer lo
que sea Dios, y aun lo que sea el alma, es porque no levantan nunca
su espíritu por encima de las cosas sensibles y están tan
acostumbrados a considerarlo todo con la imaginación ---que es un
modo de pensar particular para las cosas materiales-que lo que no es
imaginable les parece no ser inteligible. Lo cual está bastante
manifiesto en la máxima que los mismos filósofos admiten como
verdadera en las escuelas, y que dicen que nada hay en el
entendimiento que no haya estado antes en el sentido, en donde, sin
embargo, es cierto que nunca han estado las ideas de Dios y del alma;
y me parece que los que quieren hacer uso de su imaginación para
comprender esas ideas, son como los que para oír los sonidos u oler
los olores quisieran emplear los ojos; y aún hay esta diferencia
entre aquéllos y éstos: que el sentido de la vista no nos asegura
menos de la verdad de sus objetivos que el olfato y el oído de los
suyos, mientras que ni la imaginación ni los sentidos pueden
asegurarnos nunca cosa alguna, como no intervenga el entendimiento.
En
fin, si aún hay hombres a quienes las razones que he presentado no
han convencido bastante de la existencia de Dios y del alma, quiero
que sepan que todas las demás cosas que acaso crean más seguras,
como son que tienen un cuerpo, que hay astros, y una tierra, y otras
semejantes son, sin embargo, menos ciertas; pues si bien tenemos una
seguridad moral de esas cosas, tan grande que parece que, a menos de
ser un extravagante, no puede nadie ponerlas en duda, sin embargo,
cuando se trata de una certidumbre metafísica, no se puede negar, a
no ser perdiendo la razón, que no sea bastante motivo, para no estar
totalmente seguro, el haber notado que podemos de la misma manera
imaginar en sueños que tenemos otro cuerpo y que vemos otros astros
y otra tierra, sin que ello sea así. Pues, ¿cómo sabremos que los
pensamientos que se nos ocurren durante el sueño son falsos, y que
no lo son los que tenemos despiertos, si muchas veces sucede que
aquéllos no son menos vivos y expresos que éstos? Y por mucho que
estudien los mejores ingenios, no creo que puedan dar ninguna razón
bastante para levantar esa duda, como no presupongan la existencia
de Dios. Pues en primer lugar, esa misma regla que antes he
tomado, a saber, que las cosas que concebimos muy clara y
distintamente son todas verdaderas, esa misma regla recibe su certeza
sólo de que Dios es o existe, y de que es un ser perfecto, y de que
todo lo que está en nosotros proviene de Él; de donde se sigue que,
siendo nuestras ideas o nociones, cuando son claras y distintas,
cosas reales y procedentes de Dios, no pueden por menos de ser
también, en ese respecto, verdaderas. De suerte que si tenemos con
bastante frecuencia ideas que encierran falsedad, es porque
hay en ellas algo confuso y oscuro, y en este respecto participan de
la nada; es decir, que si están así confusas en nosotros, es porque
no somos totalmente perfectos. Y es evidente que no hay menos
repugnancia en admitir que la falsedad o imperfección proceda como
tal de Dios mismo, que en admitir que la verdad o la perfección
procede de la nada. Mas si no supiéramos que todo cuanto en nosotros
es real y verdadero proviene de un ser perfecto e infinito, entonces,
por claras y distintas que nuestras ideas fuesen, no habría razón
alguna que nos asegurase que tienen la perfección de ser verdaderas.
Así,
pues, habiéndonos testimoniado el conocimiento de Dios y del alma la
certeza de esa regla, resulta bien fácil conocer que los ensueños
que imaginamos dormidos no deben, en manera alguna, hacernos dudar de
la verdad de los pensamientos que tenemos despiertos. Pues si
ocurriese que en sueños tuviera una persona una idea muy clara y
distinta, como, por ejemplo, que inventase un geómetra una
demostración nueva, no sería ello motivo para impedirle ser
verdadera; y en cuanto al error más corriente en muchos sueños, que
consiste en representarnos varios objetos del mismo modo como nos
los representan los sentidos exteriores, no debe importarnos que nos
dé ocasión de desconfiar de la verdad de esas tales ideas, porque
también pueden engañarnos con frecuencia durante la vigilia,
como los que tienen ictericia lo ven todo amarillo, o como los astros
y otros cuerpos muy lejanos nos parecen mucho más pequeños de lo
que son. Pues, en último término, despiertos o dormidos, no
debemos dejarnos persuadir nunca sino por la evidencia de la razón.
Y nótese bien que digo de la razón, no de la imaginación ni de los
sentidos; como asimismo, porque veamos el sol muy claramente, no
debemos por ello juzgar que sea del tamaño que le vemos; y muy bien
podemos imaginar distintamente una cabeza de león pegada al cuerpo
de una cabra, sin que por eso haya que concluir que en el mundo
existe la quimera, pues la razón no nos dice que lo que así vemos o
imaginamos sea verdadero, pero nos dice que todas nuestras ideas o
nociones deben tener algún fundamento de verdad; pues no fuera
posible que Dios, que es todo perfecto y verdadero, las pusiera sin
eso en nosotros; y puesto que nuestros razonamientos nunca son
tan evidentes y tan enteros cuando soñamos como cuando estamos
despiertos, si bien a veces nuestras imaginaciones son tan vivas y
expresivas y hasta más en el sueño que en la vigilia, por eso nos
dice la razón que, no pudiendo ser verdaderos todos nuestros
pensamientos, porque no somos totalmente perfectos, deberá
infaliblemente hallarse la verdad más bien en los que pensemos
estando despiertos que en los que tengamos en sueños.
Cuestiones:
- ¿Porqué Descartes no se ve a sí mismo como perfecto?
- ¿En qué se distingue el pensamiento de ser perfecto del pensamiento de cosas exteriores a mí?
- ¿Cómo deduce Descartes a partir de mi idea de ser perfecto la evidencia de que Dios existe?
- ¿Porqué Dios no puede ser un compuesto?
- Descartes establece también un argumento por analogía entre la idea de triángulo y ser perfecto, explica cómo a partir de esta comparación o analogía Descartes nos ofrece otro argumento de la existencia de Dios.
- Explica si Descartes afirma o refuta la siguiente máxima “nada hay en el entendimiento que no haya estado antes en el sentido” respecto a la idea de Dios.
- ¿Qué es más seguro para Descartes que existe Dios o que tenemos un cuerpo? Razona la respuesta según Descartes.
- ¿Para qué es necesario presuponer la existencia de Dios?
- ¿Qué o quién garantiza que las ideas que tenemos de los objetos externos son ciertas y verdaderas? ¿Cómo es posible esa garantía?
- Explica el significados de los términos: Dios, sueños, sentidos, razón, según el texto.
- Sintetiza las ideas más importantes del texto mostrando en tu resumen la estructura argumentativa o expositiva del texto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario