Discurso del método.
Parte III , párrafos 1-6
Por
último, como para empezar a reconstruir el alojamiento en donde uno
habita, no basta haberlo derribado y haber hecho acopio de materiales
y de arquitectos, o haberse ejercitado uno mismo en la arquitectura y
haber trazado además cuidadosamente el diseño del nuevo edificio,
sino que también hay que proveerse de alguna otra habitación en
donde pasar cómodamente el tiempo que dure el trabajo; así, pues,
con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la
razón me obligaba a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir,
desde luego, con la mejor ventura que pudiese, hube de arreglarme una
moral provisional, que no consistía sino en tres o cuatro máximas,
que con mucho gusto voy a comunicaros.
La
primera fue seguir las leyes y las costumbres de mi país,
conservando con firme constancia la religión en que la gracia de
Dios hizo que me instruyeran desde niño, rigiéndome en todo lo
demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de
todo exceso que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los
más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir.
Porque habiendo comenzado ya a no contar para nada con las mías
propias, puesto que pensaba someterlas todas a un nuevo examen,
estaba seguro de que no podía hacer nada mejor que seguir las de los
más sensatos. Y aun cuando entre los persas y los chinos hay quizás
hombres tan sensatos como entre nosotros, parecíame que lo más útil
era acomodarme a aquellos con quienes tendría que vivir; y que para
saber cuáles eran sus verdaderas opiniones, debía fijarme más
bien en lo que hacían que en lo que decían, no sólo porque,
dada la corrupción de nuestras costumbres, hay pocas personas que
consientan en decir lo que creen, sino también porque muchas lo
ignoran, pues el acto del pensamiento por el cual uno cree una cosa
es diferente de aquel otro por el cual uno conoce que la cree, y por
lo tanto muchas veces se encuentra aquél sin éste. Y entre varias
opiniones, igualmente admitidas, elegía las más moderadas,
no sólo porque son siempre las más cómodas para la práctica, y
verosímilmente las mejores, ya que todo exceso suele ser malo, sino
también para alejarme menos del verdadero camino, en caso de
error, si, habiendo elegido uno de los extremos, fuese el otro el que
debiera seguirse. Y en particular consideraba yo como un exceso
toda promesa por la cual se enajena una parte de la propia
libertad: no que yo desaprobase las leyes que, para poner remedio a
la inconstancia ele los espíritus débiles, permiten cuando se tiene
algún designio bueno, o incluso para la seguridad del comercio, en
designios indiferentes, hacer votos o contratos obligándose a
perseverancia: pero como no veía en el mundo cosa alguna que
permaneciera siempre en el mismo estado, y como, en lo que a mí se
refiere, esperaba perfeccionar más y más mis juicios, no
empeorarlos, hubiera yo creído cometer una grave falta contra el
buen sentido si, por sólo el hecho de aprobar por entonces alguna
cosa, me obligara a tenerla también por buena más tarde, habiendo
ella acaso dejado de serlo, o habiendo yo dejado de estimarla como
tal.
Mi
segunda máxima fue la de ser en mis acciones lo más firme y
resuelto que pudiera y seguir tan constante en las más dudosas
opiniones, una vez determinado a ellas, como si fuesen segurísimas,
imitando en esto a los caminantes que, extraviados en algún bosque,
no deben andar errantes dando vueltas por una y otra parte, ni menos
detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo más derecho que
puedan hacia un sitio fijo, sin cambiar de dirección por leves
razones, aun cuando en un principio haya sido sólo el azar el que
les haya determinado a elegir ese rumbo, pues de este modo, si no
llegan precisamente a donde quieren ir, por lo menos acabarán por
llegar a alguna parte, en donde es de pensar que estarán mejor que
no en medio del bosque. Y así, puesto que muchas veces las
acciones de la vida no admiten demora, es verdad muy cierta que si no
está en nuestro poder discernir las mejores opiniones, debemos
seguir las más probables; y aunque no encontremos más probabilidad
en unas que en otras, debemos, no obstante, decidirnos por algunas y
considerarlas después, no ya como dudosas, en cuanto que se
refieren a la práctica, sino como muy verdaderas y muy ciertas,
porque la razón que nos ha determinado lo es. Y esto fue
bastante para librarme desde entonces de todos los
arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las
conciencias de esos espíritus débiles y vacilantes que, sin
constancia, se dejan arrastrar a practicar como buenas las cosas que
luego juzgan malas.
Mi
tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a
la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y
generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente
en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos de suerte que
después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a
las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros
absolutamente imposible. Y esto solo me parecía bastante para
apartarme en lo porvenir de desear algo sin conseguirlo y tenerme así
contento; pues como nuestra voluntad no se determina naturalmente a
desear sino las cosas que nuestro entendimiento le representa en
cierto modo como posibles, es claro que si todos los bienes que están
fuera de nosotros los consideramos igualmente inasequibles a nuestro
poder, no sentiremos pena alguna por carecer de los que parecen
debidos a nuestro nacimiento, cuando nos veamos privados de ellos sin
culpa nuestra, como no la sentimos por no ser dueños de los reinos
de la China o de México; y haciendo, como suele decirse, de
necesidad virtud, no sentiremos mayores deseos de estar sanos,
estando enfermos, o de estar libres, estando encarcelados, que ahora
sentimos de poseer cuerpos compuestos de materia tan poco corruptible
como el diamante o alas para volar como los pájaros. Pero confieso
que son precisos largos ejercicios y reiteradas meditaciones para
acostumbrarse a mirar todas las cosas por ese ángulo; y creo que en
esto consistía principalmente el secreto de aquellos filósofos que
pudieron antaño sustraerse al imperio de la fortuna, y a pesar de
los sufrimientos y la pobreza, entrar en competencia de ventura con
los propios dioses. Pues ocupados sin descanso en considerar los
límites prescritos por la naturaleza, persuadíanse tan
perfectamente de que nada tenían en su poder sino sus propios
pensamientos, que esto sólo era bastante para impedirles sentir
afecto hacia otras cosas; y disponían de esos pensamientos tan
absolutamente, que tenían en esto cierta razón de estimarse más
ricos y poderosos y más libres y bienaventurados que otros hombres,
los cuales, no teniendo esta filosofía, no pueden, por mucho que les
hayan favorecido la naturaleza y la fortuna, disponer nunca, como
aquellos filósofos, de todo cuanto quieren.
En
fin, como conclusión de esta moral, ocurrióseme considerar, una por
una, las diferentes ocupaciones a que los hombres dedican su vida,
para procurar elegir la mejor; y sin querer decir nada de las de los
demás, pensé que no podía hacer nada mejor que seguir en la misma
que tenía; es decir, aplicar mi vida entera al cultivo de mi razón
y a adelantar cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad, según
el método que me había prescrito. Tan extremado contemo había
sentido ya desde que empecé a servirme de este método que no creía
que pudiera recibirse otro más suave e inocente en esta vida; y
descubriendo cada día, con su ayuda, algunas verdades que me
parecían bastante importantes y generalmente ignoradas de los otros
hombres, la satisfacción que experimentaba llenaba tan cumplidamente
mi espíritu, que todo lo restante me era indiferente. Además, las
tres máximas anteriores fundándose sólo en el propósito, que yo
abrigaba, de continuar instruyéndome; pues habiendo dado Dios a cada
hombre alguna luz con que discernir lo verdadero de lo falso, no
hubiera yo creído que debía contentarme un solo momento con las
opiniones ajenas, de no haberme propuesto usar de mi propio juicio
para examinarlas cuando fuera de tiempo; y no hubiera podido librarme
de escrúpulos, al seguirlas, si no hubiese esperado aprovechar todas
las ocasiones para encontrar otras mejores, dado el caso que las
hubiese; y, por último, no habría sabido limitar mis deseos y
·estar contento si no hubiese seguido un camino por donde, al mismo
tiempo que asegurarme la adquisición de todos los conocimientos que
yo pudiera, pensaba también del mismo modo llegar a adquirir todos
los verdaderos bienes que estuviesen en mi poder; pues no
determinándose nuestra voluntad a seguir o a evitar cosa alguna,
sino porque nuestro entendimiento se la representa como buena o mala,
basta juzgar bien para obrar bien, y juzgar lo mejor que se pueda,
para obrar también lo mejor que se pueda; es decir, para adquirir
todas las virtudes y con ellas cuantos bienes puedan lograrse; y
cuando uno tiene la certidumbre de que ello es así, no puede por
menos de estar contento.
Habiéndome,
pues, afirmado en estas máximas, las cuales puse aparte juntamente
con las verdades de la fe, que siempre han sido las primeras en mi
creencia, pensé que de todas mis otras opiniones podía
libremente empezar a deshacerme; y como esperaba conseguirlo
mejor conversando con los hombres que permaneciendo por más tiempo
encerrado en el cuarto en donde había meditado todos esos
pensamientos, proseguí mi viaje antes de que el invierno estuviera
del todo terminado. Y en los nueve años siguientes no hice otra cosa
sino andar de acá para allá por el mundo, procurando ser más bien
espectador que actor en las comedias que en él se representan; e
instituyendo particulares reflexiones en toda materia sobre aquello
que pudiera hacerla sospechosa y dar ocasión a equivocarnos, llegué
a arrancar de mi espíritu, en todo ese tiempo, cuantos errores
pudieron deslizarse anteriormente. Y no es que imitara a los
escépticos, que dudan por sólo dudar y se las dan siempre de
irresolutos; por el contrario, mi propósito no era otro que
afianzarme en la verdad, apartando la tierra movediza y la arena,
para dar con la roca viva o la arcilla. Lo cual, a mi parecer,
conseguía bastante bien; tanto que, tratando de descubrir la
falsedad o la incertidumbre de las proposiciones que examinaba, no
mediante endebles conjeturas, sino por razonamientos claros y
seguros, no encontraba ninguna tan dudosa que no pudiera sacar de
ella alguna conclusión bastante cierta, aunque sólo fuese la de que
no contenía nada cierto. Y así como al derribar una casa vieja
suelen guardarse los materiales, que sirven para reconstruir la
nueva, así también al destruir todas aquellas mis opiniones que
juzgaba infundadas hacía yo varias observaciones y adquiría
experiencias que me han servido después para establecer otras más
ciertas. Y además seguía ejercitándome en el método que me
había prescrito; pues sin contar con que cuidaba muy bien de
conducir generalmente mis pensamientos según las citadas reglas,
dedicaba de cuando en cuando algunas horas a practicarlas,
particularmente en dificultades de matemáticas, o también en
algunas otras que podía haber casi semejantes a las de las
matemáticas, desligándolas de los principios de las otras ciencias,
que no me parecían bastante firmes; todo esto puede verse en varias
cuestiones que van explicadas en este mismo volumen. Y así, viviendo
en apariencia como los que no tienen otra ocupación que la de pasar
una vida suave e inocente y se ingenian en separar los placeres de
los vicios, y para gozar de su ocio sin hastío hacen uso de cuantas
diversiones honestas están a su alcance, no dejaba yo de perseverar
en mi propósito y de sacar provecho para el conocimiento de la
verdad, más acaso, que si me contentara con leer libros o frecuentar
las tertulias literarias.
Sin
embargo, transcurrieron esos nueve años sin que tomara yo decisión
alguna tocante a las dificultades de que suelen disputar los doctos,
y sin haber comenzado a buscar los cimientos de una filosofía más
cierta que la vulgar. Y el ejemplo de varios excelentes ingenios que
han intentado hacerlo sin, a mi parecer, conseguirlo, me llevaba a
imaginar en ello tanta dificultad, que no me hubiera atrevido quizás
a emprenderlo tan presto si no hubiera visto que algunos propalaban
el rumor de que lo había llevado a cabo. No me es posible decir qué
fundamentos tendrían para emitir tal opinión, y si en algo he
contribuido a ella, por mis dichos, debe de haber sido por haber
confesado mi ignorancia con más candor que suden hacerlo los que han
estudiado un poco, y acaso también por haber dado a conocer las
razones que tenía para dudar de muchas cosas que los demás
consideran ciertas, mas no porque me haya preciado de poseer doctrina
alguna. Pero como tengo el corazón bastante bien puesto para no
querer que me tomen por otro distinto del que soy, pensé que era
preciso procurar por todos los medios hacerme digno de la reputación
que me daban; y hace ocho años, precisamente, ese deseo me decidió
a alejarme de todos los lugares en donde podía tener algunas
relaciones, y retirarme aquí, a un país donde la larga
duración de la guerra ha sido causa de que se establezcan tales
órdenes que los ejércitos que se mantienen parecen no servir sino
para que los hombres gocen de los frutos de la paz con tanta mayor
seguridad, y en donde, en medio de la multitud de un gran pueblo muy
activo, más atento a los propios negocios que curioso de los ajenos,
he podido, sin carecer de ninguna de las comodidades que hay en otras
más frecuentadas ciudades, vivir tan solitario y retirado como en el
más lejano desierto.
>.¡
Cuestiones:
- La alegoría o metáfora del alojamiento, reconstrución, derribo... ¿a qué puede estar referida? Razona la respuesta.
- Intenta interpretar la siguientes frase: “con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios”
- Razona si el primer de la moral provisional impulsa la revolución moral o política.
- ¿Por qué considera cualquier promesa un exceso no aconsejable?
- ¿Por qué considera las opiniones más moderadas las mejores?
- ¿Què propone hacer Descartes cuando la acción no admite demora y estamos muy dudosos? Explica la razón que da para actuar en ese sentido sirviéndote del ejemplo del bosque.
- Explica la siguiente frase: “vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo”, para ello sírvete de los ejemplos que te ofrece el párrafo de la tercera máxima.
- ¿Cuál es la mejor ocupación a la que puede dedicarse un hombre y por qué?
- ¿Qué relación guardan las tres primeras máximas con la cuarta?
- ¿Qué hace Descartes con el resto de opiniones que no sean esas cuatro máximas?
- ¿Es Descartes un escéptico? Razona tu respuesta.
- Investiga en qué país meditó Descartes para aplicar su método a la madre de todas las ciencias. Justifica tu respuesta.
- Define los siguientes términos: moral provisional, escéptico, máxima.
- Sintetiza las ideas del texto mostrando en tu resumen la estructura argumentativa o expositiva del texto.
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